Una de las actividades que realizamos durante los primeros días de cole suele consistir en contar a través de diálogos, dibujos o palabras qué hemos hecho en verano. Ciertamente, se trata de una actividad bastante poco creativa, pero sirve para volver a tomar contacto con la rutina escolar, para expresar lo que te gusta y sentirse escuchado.
Hace unos días pedí a mis alumnos que contaran a los demás qué habían hecho en verano y qué había sido lo más divertido. Hubo cangrejos, montañas rusas, picaduras de avispa, restaurantes chinos, castillos de arena, saltamontes y… muchas cosas más.
Después de un rato reviviendo nuestras vacaciones les pedí que hicieran un dibujo de lo que acaban de contar, pero uno de los niños del grupo dijo muy serio:
“Yo no voy a poder hacerlo”.
“¿Por qué?”– pregunté.
“Porque no sé dibujar bicicletas y una de las cosas que más me gustó este verano fue montar en bici con mi madre por un camino muy bonito que hay detrás de mi casa”.
“Yo creo que sí puedes hacerlo”- contesté – “SÉ QUE PUEDES HACERLO, confío en ti y pienso que eres capaz de dibujar una bicicleta preciosa. Ahora tienes que creerlo tu también. Piensa que sabes hacerlo y dile a tu cerebro que vas a dibujar la bicicleta más bonita del mundo y… a ver qué sale. De todas formas si necesitas ayuda pídela, porque igual alguien puede darte alguna idea”.
Sus ojos miraron ligeramente hacia el techo, volvió a mirarme a mi y con un cierto aire de convencimiento se fue a su sitio, preparó lápiz, pinturas y papel y se puso a dibujar.
La confianza en uno mismo se construye en un proceso personal en el que intervienen las experiencias que vivimos y los mensajes que recibimos de nuestro entorno. En los primeros años de vida, el niño crea una imagen de sí mismo que está directamente relacionada con lo que los demás piensan de él o ella, por ello es tan importante cuidar los mensajes que lanzamos y devolverles una imagen siempre positiva de quiénes son y de qué son capaces.
Posiblemente ese niño aún crea a lo largo de su vida que hay muchas cosas que no sabe hacer y puede que incluso nunca aprenda a hacerlas, igual que yo no sé dar la vuelta a una tortilla sin usar un plato, ni tocar el violonchelo o descifrar un jeroglífico egipcio, pero lo cierto es que ese día finalmente supo dibujar sus bicicletas y sinceramente para mi, al ver cómo las mostraba con esa sonrisa de “¡mirad, lo he conseguido!”, se convirtieron automáticamente en las bicicletas más bonitas del mundo: